Existe un momento en el que todas las personas se dan cuenta de que hay cosas que no merecen la pena. Que aquello que tenía especial importancia, la ha perdido de repente... como si desapareciera un encantamiento o te levantases de un sueño.

Nada ni nadie es eterno; ni en nuestras vidas ni en el universo.

Nuestra existencia es demasiado corta como para desperdiciarla con gente que no te quiere. Amar no duele ni requiere esfuerzo... esa debería ser la primera lección que nos enseñasen.



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Quien lo alcanza, lo tiene, lo pierde. 
Quien se muestra dueño de sus deseos, pero es esclavo de sus sentimientos. 
Quien se alza como estatua, inamovible, inalterable. 
Quien camina sobre barro intentando mantener sus pasos. 
Quien dijo “nunca más”, pero busca siempre el “quizás”.
Quien se acerca y se aleja. Quien lo coge y lo suelta. 
Quien quiere y no puede. Quien puede y no quiere. 
Quién. 


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Uno de mis muchos secretos es que mis cosas buenas no son tan buenas como me gustaría; y mis cosas malas son más malas de lo que desearía. Y quizás el hecho de que no sea ni la mitad de lista, ni la mitad de buena de lo que ni si quiera aparento ser… sea lo que me da más miedo.

¿Acaso sería una locura que un día te enamorases de alguien un poco más guapa, un poco más interesante y con algo más de gracia que yo? 

Al fin y al cabo no es tan difícil pensar que no es que me infravalore, sino que no valgo tanto como algunas personas piensan que lo hago.


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En el momento en el que empezabas a pensar que quizás la gente tiene esa capacidad altruista de pensar en ti tal y como tú piensas en ellos… te das cuenta de que no, que eso no es así. Que la gente por más que diga lo contrario, solo se preocupa de su propia mierda, de sus propios sentimientos y de su propio bienestar. 
Supongo que será instinto de supervivencia… Pero por lo visto yo no debo estar hecha para sobrevivir.


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